Ustedes han oído que se dijo: “Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo”. Pero yo digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en los cielos. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos como su Padre celestial es perfecto (Mateo 5:43-48; Lucas 6:32-36)
La palabra utilizada aquí para amar es ágape. El amor ágape consiste es querer a toda persona independientemente de su proceder. Quien expresa este amor odia las injusticias, pero se guarda de perjudicar a la persona que las realiza; más bien, pretende el mayor bien para ella. Jesús no nos pide que amemos a nuestros enemigos igual que amamos a nuestra familia y amigos. Con estos se produce un sentimiento espontáneo, no así con los que actúan en nuestra contra, donde tenemos que ejercer la voluntad para decidir actuar como nos enseña Jesús. Y algo que nos ayudará en este propósito es orar por quienes nos persiguen, porque la manera más eficaz de acabar con la amargura es orar por la persona que la produce, ya que nadie puede orar por otra persona y seguir odiándola.
Alguien que mostró este tipo de amor fue Dirk Willems, un joven cristiano del siglo XVI que fue encarcelado por sus creencias. Un día escapó de la prisión, y al poco, un guardia lo persiguió a través de un estanque helado. Sucedió que el guardia rompió el hielo con su peso y clamó por ayuda para salir del agua helada. Cuando Willems escuchó sus gritos, en vez de continuar su escapada, se volvió y salvó la vida de su perseguidor, lo que provocó que de nuevo fuera atrapado. Este cristiano tuvo claro que debía de amar a los enemigos.
Pero ¿Cómo lograr lo que parece imposible? ¿Cómo amar a alguien que nos hace daño? La respuesta es que sólo es posible si queremos obedecer y pedimos a Dios que nos capacite para querer el bien de todas las personas, incluidos nuestros enemigos. Como dijo alguien: “Cuando Dios nos llama a amar a nuestros enemigos, Él nos da, junto con el mandamiento, el amor mismo”
Finalmente, notemos el propósito de obedecer este mandamiento: “para que sean hijos de su Padre que está en los cielos”; es decir, para que nos parezcamos a nuestro Padre celestial que obra el bien tanto a buenos como a malos. Sin duda, este debe ser un poderoso incentivo para obedecer este mandamiento.
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